El nacimiento de mi hijo, hace
ya más de 21 años,
me despertó una profunda
necesidad de encontrar valores verdaderos para mí.
Insatisfecha con los valores que
veía a mi alrededor, y con los que yo había crecido,
necesitaba encontrar valores
sólidos que me sirvieran de base para construir la relación recién estrenada.
Aún no lo sabía, pero trataba de
buscar respuestas a las preguntas
¿qué es la infancia?, ¿qué necesita
el ser humano en sus primeros años de vida?,
y en definitiva, ¿qué es la
Vida?
Así inicié un camino de búsqueda,
en el que aún hoy continúo,
que ha convertido mi Maternidad
en la experiencia más profunda y transformadora de mi Vida.
En pocas palabras, este camino
de ir haciéndome madre
también ha sido el camino de
encuentro con el sentido de la Vida.
Las respuestas las fui
encontrando de la mano de las dificultades que me presentaba la crianza.
O también podría decir “de los
errores que cometí”.
Dificultades o errores, fueron
las experiencias que me empujaron
a seguir buscando valores con sentido
para mí.
En este camino, tuve la inmensa
suerte de encontrar a mis grandes maestros:
Mauricio y Rebeca Wild.
Conocerlos a ellos y conocer su
trabajo sobre el acompañamiento no-directivo
fue la primera experiencia
transformadora de mi vida.
En esencia, lo que ellos me
aportaron fue lo que se ha convertido en mi lema
en la relación con otras
personas, adultxs o niñxs:
“El
privilegio de una vida es ser quien eres”
Una de las primeras dificultades
con las que me encontré en la crianza de mi hijo fue que,
tratando de satisfacer sus
demandas de bebé,
pronto me encontré haciendo
malabarismos para satisfacer
La nube de felicidad que había
sido el contacto íntimo y continuo en sus primeros meses
se fue transformando en una
pequeña cárcel de demandas cada vez más difíciles de atender.
Queriendo lo mejor para mi hijo,
me
había faltado el conocimiento para distinguir entre qué necesitaba de mí y
qué
necesitaba hacer por sí mismx.
Había considerado el Apego como su
única necesidad.
No me había dado cuenta de que,
tan importante como el apego
era el desarrollo de su Autonomía.
Aprendí que el niñx que no tiene
oportunidad de tener sus actividades autónomas,
de experimentar las capacidades
que va adquiriendo en su proceso de maduración biológica,
(y esto es posible bastante
antes de cumplir el primer año de vida)
va acumulando insatisfacción,
se hace cada vez más demandante
y exigente,
y contrariamente a lo que cabría
esperar, se va volviendo cada vez más inseguro.
Y, como veo que ocurre en muchas
otras madres y padres,
apareció en mí el cansancio,
luego las dudas, y después el enfado.
Una espiral de malestar y
frustración que iba enturbiando la relación con él.
Entre muchas otras cosas,
aprendí
que favorecer la autonomía no iba en contra de una relación de apego,
aprendí
a encontrar el equilibrio entre estas dos necesidades que yo creía opuestas.
Aprendí
que “dar raíces” y “dar alas” es más que una bonita metáfora,
aprendí
que se puede hacer realidad casi desde el inicio de la vida.
Hoy, además de acompañar a otrxs niñxs,
pongo a disposición de otras mamás y papás
todo el aprendizaje y las herramientas de crecimiento
personal que me han enriquecido,
para acompañarles en sus propios caminos de búsqueda y
de transformación.