"Los dos mejores regalos que podemos ofrecer a nuestros hijos son:
firmes raíces para crecer y bellas alas para volar"
Desde que nació mi hijo, una pregunta ha estado
acompañándome durante estos largos 17 años:
¿DE QUÉ MEJOR MANERA PUEDO HACERLE LLEGAR ESTE AMOR
QUE TAN INTENSAMENTE SIENTO POR ÉL?
Con todos mis mejores sentimientos e intenciones, con
mucha frecuencia mi desconocimiento, mis miedos y mis ideas preconcebidas han
eclipsado lo que más necesitaba y necesita de mí: EL AMOR SIN CONDICIONES.
Encontrar respuestas a esta constante pregunta ha
resultado ser un largo camino de crecimiento personal, a veces duro, al conectar
con el dolor de mis propias carencias; pero otras veces enriquecedor y placentero,
al encontrar los muchísimos matices de que está hecha la vivencia del AMOR.
Descubrí que muchas veces he llamado amor a la
necesidad de que me amaran.
Descubrí que el nacimiento puede ser la primera gran
experiencia de amor, y que la forma de nacer deja huella para toda la vida.
Descubrí que, para un niño pequeño, el amor está en
CÓMO más que en QUÉ: cómo le es tocado, cómo es hablado, cómo es mirado, cómo es
movido...
Descubrí que el amor está más relacionado con ESTAR
que con HACER; y con ello descubrí que estar con mi hijo y con otros niños era para
mí una gran experiencia meditativa. Descubrí el valor y la trascendencia de LA
PRESENCIA.
Descubrí también que el amor es permitirle ser quien
es, y no caer en la poderosa tentación de llevarle por mi camino, ni siquiera
"por su bien".
Descubrí que el amor no es siempre la respuesta más
cómoda, y que un niño necesita unos padres y adultos suficientemente fuertes y
maduros que le sepan decir NO. Descubrí que amor y firmeza no son incompatibles,
sino que van de la mano.
Descubrí que el amor es el motor para la vida y que,
desde la vivencia de sentirse amado, el niño necesita poco más para lanzarse a
descubrir el mundo!
Descubrí que el amor no es como una mercancía que el
adulto da y el niño recibe; es más bien una decisión de mirar al otro y de relacionarme
con él de una forma que resulta enriquecedora y placentera para los dos. Por
eso, amar a mi hijo, y luego también a otros niños, ha resultado ser a la vez
la mejor forma de amarme a mí misma; la experiencia que ha llenado el vacío de
mi infancia.
Y lo más importante, descubrí que, de todo lo que los
niños necesitan de nosotros, madres, padres y educadores, EL AMOR ES LO
PRIMERO. Que las raíces que quiero regalar a mi hijo no son otras que el amor.
En palabras de Rebeca Wild (quizá no textuales porque
las recito de memoria):
"La tarea
más importante del niño es extraer de las relaciones con los adultos el amor
que necesita para construirse a sí mismo".