sábado, 21 de enero de 2012

Artículo: RESPETO Y LÍMITES

Los niños pequeños están muy conectados con sus necesidades auténticas, las que van guiándoles por el largo camino de hacerse a sí mismos; y de una forma u otra, siempre tratan de satisfacerlas. Su naturaleza se lo pide para su propio desarrollo.



Su primera necesidad es de amor, traducido principalmente en atención y contacto físico; primero de su madre y poco a poco de otras personas cercanas. Si las necesidades básicas están cubiertas, enseguida van apareciendo las necesidades de acercamiento al mundo que les rodea. La evolución de los niños pequeños es muy rápida, y las necesidades satisfechas pronto van dejando paso a otras nuevas. Así, el bebé que cuenta con el alimento, la atención y los cuidados que necesita (que son las vivencias del amor), enseguida empieza a interactuar con su entorno: empieza a jugar con el pecho y con la ropa de su madre, a chupar los objetos que le rodean, a darse la vuelta, a reptar, a gatear, a investigarlo todo… Cuando logra su desplazamiento autónomo con el gateo, hacia los 8 meses, todo lo que está a su alrededor le atrae… Lo coge todo! Los adultos a veces no podemos soportarlo… Es el comienzo de la “lucha” entre adultos y niños.

La convivencia siempre trae consigo el conflicto entre las necesidades de cada persona. Cuando hay niños, sus necesidades son tan diferentes de las nuestras que la convivencia puede volverse muy difícil. Por otra parte, nosotros mismos, como niños fuimos poco respetados, y en consecuencia nos cuesta reconocer qué hay detrás de las demandas de nuestros hijos.

Como padres o educadores es importante que comprendamos que, en muchas ocasiones, lo que los niños reclaman no son caprichos, sino una verdadera necesidad para su desarrollo. En el caso anterior, detrás de un bebé que toca, coge y chupa todo, está su necesidad de experiencias sensoriales. Necesitan muchas experiencias de tocar diferentes texturas, tamaños, formas y pesos para llevar a cabo su desarrollo sensorial. Y para ellos no hay distinción entre unos objetos y otros…
Paralelamente, los adultos también tenemos la necesidad de sentirnos cómodos; por ejemplo, de proteger nuestros objetos para que los niños no los estropeen…

En nuestra sociedad, generalmente se imponen las necesidades de los adultos frente a las de los niños, que no se suelen comprender. Se suele educar en la obediencia, lo que puede llevar a los niños a una frustración muy grave de sus necesidades. La frustración de las necesidades de desarrollo siempre es una vivencia de dolor para el organismo en desarrollo, y si ocurre de forma repetida, el organismo se defiende del dolor perdiendo la conexión con ellas, en espera de que las circunstancias en algún momento puedan cambiar y las necesidades lleguen a satisfacerse...
Pero también, en ocasiones se da el caso contrario, especialmente en padres que se cuestionan la educación de sus hijos y quieren tratarles con respeto. En estos casos, los padres, por respetar las necesidades de sus hijos muchas veces no respetan las suyas propias, acumulando mucho malestar, que  puede llegar hasta resentimiento y ataques de ira  hacia ellos. Y transmitiendo que no hay espacio para las necesidades de todos…

La clave está en encontrar las formas de dar cabida a las necesidades de todos. Si no en todo momento y en todos los espacios (lo cual  probablemente sea imposible), sí diferenciando momentos y espacios para cada necesidad. Es un gran reto y requiere mucha honestidad y mucha observación de uno mismo y del otro, pero es el camino del verdadero respeto.
Para ello, en primer lugar se requiere la valoración de cada necesidad; no todas tienen la misma importancia en cada momento. Y en segundo lugar, hay que aceptar que habrá momentos de frustración para unos y para otros.

Siguiendo con el ejemplo anterior, el niño de 8 meses que está en la fase de descubrir el mundo a través de los sentidos, necesita tocar todo… o casi todo. El adulto que quiere respetar a su hijo tiene la responsabilidad de ofrecerle muchas posibilidades de manipular objetos de acuerdo a su edad. Quizá de buscar o preparar espacios donde la oferta de materiales sea rica y variada para su curiosidad. Incluso de acompañarle cuando haya objetos con cierto “peligro”. De este modo está respetando la necesidad de su hijo.
Cuando llega el caso de que el niño quiere manipular también objetos que el padre no quiere, porque son peligrosos, o porque se estropean o pueden romperse, o simplemente porque no quiere, es el momento de que se respete a sí mismo y ponga el límite a su hijo: “Esto no quiero dejártelo. Te lo voy a coger”. Es un momento de frustración para el hijo, pero no interfiere en su desarrollo, puesto que ya tiene muchas otras oportunidades para satisfacer su necesidad. Desde luego, le produce dolor, porque los límites siempre producen dolor. Aceptar su dolor y acoger su llanto es la forma de respetarle en esta situación, pero manteniendo el límite.

Este equilibrio puede encontrarse, con mayor o menor dificultad, casi ante cualquier necesidad. Y los límites juegan un papel fundamental a la hora de conseguirlo.

Pero tan importante como poner los límites adecuados es la forma de ponerlos…
Los niños pequeños se relacionan con el mundo a través de los sentidos, de los hechos, de lo concreto. Y así es también como se relacionan con los límites. Aún no han desarrollado la lógica causa-efecto ni las abstracciones, y apenas el lenguaje.. No necesitan explicaciones coherentes, ni razonamientos, ni negociaciones. Simplemente necesitan claridad suficiente sobre cuál es el límite. Una actitud firme y consecuente por parte del adulto, con más acciones que palabras, donde además las palabras sean coherentes y descriptivas de las acciones. Una actitud que no tiene que estar ligada al enfado (un enfado es un límite puesto demasiado tarde), y que también puede ser amorosa.
Por otra parte, los niños necesitan expresar y manifestar el dolor que les produce el límite. Necesitan un adulto que acepte y acompañe su llanto o rabieta, sin juicios, ni explicaciones, ni demasiadas palabras; simplemente con su presencia.

En general, los adultos tenemos mucha dificultad para poner los límites de este modo, y también para aceptar el llanto o la queja sin sentirnos manipulados o culpables. La convivencia con los niños es una oportunidad de oro para aprender a identificar nuestras necesidades, a respetarlas y a poner límites con respeto hacia el otro. En la medida en que podamos respetarnos a nosotros mismos podremos también respetar a los demás, niños o adultos, pero de verdad, desde el corazón, desde el convencimiento de que todos somos diferentes y de que, con creatividad, hay cabida para las necesidades de todos…